Por Francisco Esteban Bara
Palabras clave: TEORIA DE LA EDUCACION, universidad, conversaciones
Este texto es una adición al interesante y provocador artículo de Amanda Fulfofd que aparece en Interuniversity Journal of Educational Theory en 2020 (Fulford, 2020). Se llama “La Universidad Problemática” y para eso está esta institución, para agitar las mentes y las almas y la comunidad que la alberga. Y si hay una forma de hacerlo es a través de conversaciones universitarias entre universitarios. Y si hay un lugar y un momento para que surjan es la tutoría universitaria.
Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento de la realidad universitaria de los últimos años puede suponer que la tutoría se parece mucho a una “oficina de atención al cliente” y una “mesa de reclamaciones”. Está para resolver dudas sobre el examen y las actividades de evaluación en servicio, por lo general dudas pasajeras ya resueltas en los planes docentes, pero claro que hay que consultarlas y es mucho más cómodo preguntar que leer. También está para revisar las notas que el alumno considere injustas y arbitrarias, es decir aviso raro uno que se presenta en la oficina del maestro porque sospecha que ha obtenido una puntuación más alta de lo esperado y merecido. Y para justificar faltas de asistencia, retrasos en la entrega de actividades o cosas más delicadas, como conflictos de clases o plagios de trabajo. Como señalan algunos autores, la tutoría se trata de responder a objetivos SMART (Specific, Measurable, Achievable, Realistic, Time-bound.) (Fulford, 2013)

A esto hay que añadir que la tutoría universitaria no está entre las cosas rentables para una carrera académica y, quizás en contra de los deseos de muchos profesores, se convierte en una especie de complemento. Dicho esto, podemos concluir que la tutoría universitaria contemporánea es algo efímero, puntual y optativo. Tanto es así que en demasiadas ocasiones se distribuyen con el intercambio de unos pocos e-mails; o que es fácil encontrar recién graduados que dicen no haber tenido tutoría con ninguno de sus profesores.
Las consecuencias del estado actual de la tutoría universitaria no son muy alentadoras, y no sólo para la propia Universidad. Algo nos dice que el mundo está pidiendo a gritos oradores ejemplares, individuos que se presenten con mente crítica y, como dice el refrán, que sean un placer escuchar y un placer hablar con ellos. La realidad necesita universitarios que hablen con sabiduría y sin dejar que los demás piensen por sí mismos, acostumbrados a vivir con la verdad y no ahogarse en la mentira. Se requiere una competencia especulativa, un libre filosofar, una mente cultivada; y un concurso de conversación, el cuidado de las palabras y el arte del silencio.
Habrá que pensar cómo dar salida a la tutoría universitaria, que se ha defendido. El primer paso, el más obvio y fundamental, será considerarlo como parte esencial de los currículos universitarios, como ocurre en el modelo paradigmático de la tutoría de Oxbridge (Grayburn, 1968). Aunque, a decir verdad, lo que se ha hecho es más bien mantener la herencia recibida de las primeras universidades medievales. No podría haber alumnos sin un tutor asignado, sin un profesor con quien hablar sistemáticamente (Christpoh, 1994). Ha estado lloviendo mucho desde entonces, es cierto, pero ¿justifica eso dejar esta forma de vida en la universidad?
Además, los tiempos parecen propicios para otorgar a la tutoría universitaria este carácter obligatorio. Además de las tutorías presenciales, podemos contar con tutorías virtuales. Ahora bien, habrá que calibrar bien esta situación o puede salirse de control. La tutoría universitaria perjudica, sobre todo al alumno, si se da a entender que la conversación con el profesor puede tener lugar en cualquier momento, desde cualquier lugar y para cualquier cosa. Que el aumento de opciones no reste ni un ápice a la ética y estética que, de acuerdo a, cuenta con tutoría universitaria. Esto podría caer en las garras de la “sociedad del impulso” (Roberts, 2014).
Fuentes de imagen: pixabay
Pero no bastará con que la tutoría sea obligatoria, de hecho, no servirá de mucho si no se establece allí una típica conversación académica. Estamos hablando de una conversación permanente e inconclusa que incide en la profesión de la profesión, no la de arquitecto, geógrafo o educador social, sino la profesión de estudiante universitario. En la tutoría universitaria hay un profesor y un alumno, pero también se puede ver a dos novatos hablando; un par de personas que, a pesar de tener dispares años de experiencia universitaria, están comprometidas con cumplir los anhelos de la Universidad. Estas son promesas de mentalidad crítica, tanto intelectual como personalmente, que, como puedes imaginar, se retroalimentan entre sí.
Sin embargo, aún quedan interrogantes en el aire que debemos afrontar en las universidades. ¿Todos los profesores están calificados para ser tutores? ¿Es suficiente mostrar un poco de entusiasmo o aceptar que la tutoría está incluida en el contrato? ¿No es cierto que las tutorías pueden ser la excusa perfecta para, por ejemplo, matar horas, adoctrinar, abusar del poder, alimentar el ego, la vanidad y el narcisismo o cualquier otra razón que no tenga que ver con cultivar una mente crítica? ¿No debería dejarse las tutorías en manos de los profesores que demuestran ser los mejores tutores porque para eso se han inventado las tutorías? ¿Cómo establecer la rentabilidad, utilidad, eficiencia o eficacia de una conversación abierta e interminable? ¿Qué queda si está obligado a justificarse en epígrafes, cifras y porcentajes? ¿Consiste más en ofrecer respuestas que en proponer preguntas? ¿Qué sentido tiene comparar unas tutorías con otras o incluso las tutorías que se dan entre un mismo profesor y un mismo alumno?
En definitiva, hay que dar una nueva oportunidad a la tutoría universitaria. El beneficio puede ser abundante para todos. Si aumenta el número de universitarios que participan en conversaciones que estimulan el pensamiento crítico, disminuirá el número de los llamados universitarios. La secesión universitaria debe ser sellada, las calles y plazas deben llenarse de mentes y almas inquietas e inquietas; descendientes de Sócrates, tábanos con el coraje de picar, es decir, de pensar por sí mismos tratando de encontrar la verdad de las cosas y cultivar la humanidad.
Referencias bibliográficas:
Rainiero Cristóbal. Estudiantes, En: Walter Rüegg (Ed.). (1994). Historia de la Universidad en Europa. universidades en la edad media (págs. 223-278). Editorial de la Universidad del País Vasco.
Fulford, A. (2013). Satisfacción, Liquidación y Exposición: Conversación y Tutoría Académica, Ética y Educación, 8(2), 114-122.
Fulford, A. (2022). La Universidad como alborotadora. Teoría educativa. revista interuniversitaria, 34(2), 1–22.
En línea Grayburn, W. (1968). El sistema de tutorías y su futuro. Oxford, Pergamon Press.
Roberts, P. (2014). La sociedad del impulso. ¿Qué hay de malo en conseguir lo que queremos? Londres, Bloomsbury Publishing.
Cómo citar esta entrada:
Esteban Bara, F. (2022). Conversaciones académicas entre alborotadores académicos. Aula Magna 2.0.
Entradas, conversaciones, teoría de la educación, universidad
#Charlas #universitarias #entre #alborotadores #universitarios
Únase a la discusión del post